Esta es la historia de una niña que vivía en un pueblecito de montaña. Era una niña inocente, sensible, alegre y muy cantarina. Como cada primavera y con el brote de las primeras margaritas, su madre siempre le encomendaba la labor de llevar las vacas a pastar al campo. Ella acogía con gran alegría aquella labor, y día tras día, allá la muchacha preparaba su pequeño zurrón, y cantando guiaba sus animales hasta llegar a los verdes prados.
Una vez que llegaban y sin mas demora, la muchachita se sentaba sobre el mantel verde forrado de flores, cogia su zurrón y extraía un trozo de hilo, y una aguja. Suavemente iba cogiendo margaritas, e iba enlazando una a una en el hilo, formando un collar con ellas, luego repetía la acción y formaba un anillo, una pulsera, y así, hasta tener un montón de joyas. Y mientras las fabricaba no paraba de cantar, de mirar a su alrededor, contemplar el paisaje de las montañas, los árboles, las plantas, los animales, de respirar, era feliz, ¡tan feliz!.
Al caer la tarde, recogía sus utensilios, guardaba en un pañuelo sus joyas, y regresaba al pueblo cantando, ¡que espectáculo!, 6 vacas en fila, y al final, una pequeña, desgarbada, con sus coletas, cara de traviesa, y cantarina, tan cantarina que cuando un día dejaba de hacerlo, los vecinos se preguntaban si estaría enferma.
Al entrar en su casa, como siempre alborotando, cubría a su madre con las joyas que ella había creado, y esta siempre le pagaba con la misma moneda, “un abrazo largo y calido y un gran beso en la mejilla”. Era su mejor recompensa
Para que no sigamos destruyendo la inocencia de los niños.